Algunas veces a mí también me dan ganas de escribir los versos más tristes cualquier noche en la que la soledad es quien me arropa del frío.
Pero al tratar de escribir algo, las palabras se me estrellan en la cabeza y chocan con tanto ruido que queda un eco diciéndome que ya se han escrito todos los poemas de amor y de tristeza, que ya se han juntado las palabras más hermosas y que ya se han rimado los versos más sonoros, que todas las ideas del mundo ya se han realizado.
Pero leo y releo poemas y aunque me deslumbra la magnificencia que se encuentra en las combinaciones deliciosas de los más extravagante autores, no encuentro a plenitud lo que mi ser más profundo quiere decir.
Es verdad que muchas veces leo y siento que lo escrito me lo sacaron del pecho mientras se me desgarraba el cuerpo incluso desde antes de existir, también es cierto que no es plenamente lo que soy, porque nadie más que yo puede ser lo que soy ahora, es más, ni yo puedo ser lo que ya antes fui ni lo que seré.
Entonces, me queda esa sensación de que falta algo aunque nimio, algún punto, alguna coma, por eso insisto en escribir alguna cosa que me sepa a mí, que me dibuje en el pecho una marca inconfundible de lo que soy, para leerla luego, cuando me olvide de mí.
O para leértela a ti y recordar lo que fuiste un día en mis adentros, la significancia de tu vida en la mía, para eso escribo, para recordar, para guardar en las palabras el sentimiento del ahora que es tan fugaz como el viento que roza mi piel y se escapa de mí hacia otras texturas olvidándome al instante.
Y guardo así lo que siento como si gestara un ser y esto que ahora escribo fuese el parto; dejo que mi mente y mi alma hagan el amor cuando se comunican en un momento íntimo, luego, toda esa amalgama que conforma el sentir se va plasmando en una secuencia de palabras, teniendo de compañera a la sigilosa melancolía, y así escribo sin borrar palabra y como si fuese un proceso natural dejo que salga todo y lo admiro como un ser que ha salido de mí lleno de sangre y dolor, lo leo y lo limpio a veces, y lo dejo vivir para ir a verle cuando mi imagen se me haya distorsionado.
Y ahí permanece para decirme: mírame, soy lo que fuiste y ahora ¿qué eres?